Dice la leyenda que hubo una vez un hombre el cual había comenzado su entrenamiento en las artes marciales con el deseo de ser temido por todos los hombres. Para su sorpresa, pronto descubrió que no existían atajos en su camino desde principiante a maestro, por lo que desanimado por el entrenamiento incesante de kata, Kuwada le preguntó a su sensei, ¿Cuando aprenderemos alguna otra cosa? He estado aquí bastante tiempo y es kata, kata, kata todos los días?
Cuando su sensei no le respondió, Kuwada fue donde el asistente del maestro y le hizo la misma pregunta. Este le respondió: El entrenamiento de kata es para pulir la mente. Es mejor rasurar tu mente que tu cabeza. ¿Entiendes?
Kuwada no entendió y en protesta dejó el dojo, embarcándose en una notoria carrera como el mejor luchador callejero en Shuri. Era duro, sin duda. “Una pelea por noche”, era su dicho, siempre alardeaba “no le temo a ningún hombre viviente.”
Una noche, Kuwada vio a un extraño caminando calmadamente siguiendo una pared de rocas. Kuwada se irritó al ver tal compostura en otra persona. Corrió rápidamente al cruce de camino y esperó a que pasara el hombre. Cuando lo hizo, Kuwada saltó y le tiró un golpe de puño, pero el hombre esquivó el golpe y le tomó el brazo. A medida que tiraba a Kuwada hacia él, lo miraba fijamente a los ojos. Kuwada trató de zafarse, pero no pudo. Por primera vez en su vida Kuwada sintió una sensación extraña, miedo a la derrota.
Cuando el hombre lo soltó, Kuwada corrió, pero miró por sobre su hombro para ver al hombre caminando calmadamente como si nada hubiese sucedido. Kuwada averiguó posteriormente que aquel hombre era un maestro de kata, un artista marcial que nunca en su vida había peleado.
Aquel que se domina a sí mismo es el más grandioso de los guerreros.